"Yo quisiera una Historia de las Miradas."
Roland Barthes.
Era un día soleado, de mucho calor. Estábamos buscando un malabarista al que se le notara que le gustaba lo que hacía, y ahí estaba él, saliendo del parque Batlle, con su “bici” en las manos y una mochila. Esperamos a que se hiciera más tarde para ir a hablar con él. Cuando llegamos nos encontramos con dos malabaristas, uno uruguayo y otro chileno, así nos contó el primero al hablar con él, mientras el otro hacia malabares frente a nosotros. Le preguntamos si podíamos sacarle unas fotos, hablar un poco con él, y nos respondió que sí. Luego de una charla más bien corta nos retiramos del lugar, con planes de volver al otro día a sacar las fotos y profundizar la charla. Así lo hicimos al día siguiente, otro día espectacular y caluroso. Llegamos al lugar (esquina Avenida Italia y Ricaldoni), pero “el uruguayo” no estaba, en cambio si estaba allí “el chileno” con el cual no habíamos cruzado una sola palabra. Nos acercamos y le preguntamos más o menos lo mismo que le habíamos preguntado a su compañero el día anterior, pero su respuesta fue diferente, no estaba muy convencido, nos dijo que no y, al ponerse el semáforo en rojo, se fue a hacer sus malabares. Nosotras lo miramos y nos dimos cuenta de que no podíamos dejar pasar la oportunidad de hablar y sacarle fotografías a este hombre, cuando volvió tratamos de convencerlo, nos dijo nuevamente que no y, como los semáforos cambian allí muy rápidamente de color, se fue de nuevo. Sentimos que lo estábamos incomodando y nosotras nos sentíamos incomodas a la vez, pero le preguntamos una vez más, le dijimos que nos encantaba lo que hacía y que realmente queríamos hablar con él y fue finalmente cuando nos dijo que si, no sabemos si porque lo convencimos o porque se dio por vencido frente a nuestra insistencia. Mientras una hablaba con él, la otra le sacaba fotos, y así nos fuimos turnando. Luego de los primeros instantes de tensión, nos acomodamos a su ritmo y pudimos conversar (con el sentido que Geertz le da a la palabra) con él tranquilamente. A la mitad de la conversación recién nos enteramos de su nombre, el cual es Gino, y pudimos hablar más cómodamente aún.
Gino es chileno. Vino a Uruguay tras su paso por Venezuela, en la aventura que significa vivir del arte. Aprendió
a hacer malabares desde pequeño, en la escuela. Hizo toda la secundaria y cuando iba a ingresar a la universidad se
preguntó para qué, "para hasta los 60 años estudiar y pagar cuentas, nada
de disfrutar. La vida es para disfrutarla", expresó. Se dio cuenta, por
aquellos tiempos, de que lo que quería hacer era recorrer el mundo con los
malabares.
Su
simpatía y la manera en que acompaña los movimientos del cuerpo con sus
expresiones faciales, bien demuestran que disfruta mucho de lo que hace.
Como
afirma Geertz, la cultura es un tejido de significaciones en donde el hombre
está inserto y que él mismo ha dado forma, y donde le atribuye su propio sentido
a los símbolos y signos. De esta manera, aunque la mayoría de las personas en
Montevideo vean a un malabarista de forma prejuiciosa, Gino interpreta su
propia actividad como una forma de arte, como “una magia”. "Esto es un
arte, porque el arte tiene muchas dimensiones y se puede disfrazar de muchas
maneras", expresa con ese acento tan particular que devela su
procedencia.
Nos
cuenta que la gente en Uruguay no entiende lo que él hace, que los malabaristas
están muy estigmatizados, pero que en Chile eso no ocurre. En su país es un arte
respetado. "Yo no vengo sólo por la plata, vengo porque lo mío es amor al
arte ¿cachai?", y eso se nota con solo verlo. Su vestimenta es discreta; nada exagerada, tiene diversos elementos
de los que se vale para hacer sus malabares como una bicicleta “de una sola
rueda” (como la denominamos nosotras), y una pelota con la cual también trabaja
haciendo figuras y equilibrio con su cuerpo.
Cuando
le preguntamos sobre qué actitudes de las personas le indican que en Uruguay
los malabaristas están mal vistos , nos comenta que le dicen algunas frases
como "sos un vago" o "andá a laburar", con las cuales se
siente ofendido porque ese es su trabajo por el cual practica diariamente para
mejorar y hacer cosas nuevas que agraden a la gente. Aunque confiesa que
son las cosas positivas las que se
guarda y las que sirven de entusiasmo.
Sobre todo las acciones de aquellas personas que le demuestran que
valoran su esfuerzo.
Nos comentó también que forma parte de circos y que domina todas las destrezas que se desarrollan en uno, como la magia por ejemplo, la cual practica de vez en cuando en las plazas.
Mientras
manteníamos este contacto con él observábamos las reacciones de las diferentes
personas ante su trabajo. Algunas
realizaban comentarios entre ellas sonriendo, otras miraban con rostros de
aprobación o incluso con rostros de aburrimiento. Y no faltaron las que permanecieron indiferentes.
Su espacio es un lugar al lado de uno de los semáforos que se encuentran
allí, donde coloca su mochila, sus cosas y su botella de agua. Le preguntamos
si tomaba gaseosa y nos dijo que no, que prefiere el agua porque necesita
mantenerse bien hidratado para lo que hace, y cuando le preguntamos si comía
carne nos contestó que generalmente no porque se cuida por el esfuerzo físico
que merece su trabajo, aunque confesó que en Uruguay se estaba “portando mal
por las cosas ricas que hay”.
El
mensaje que Gino busca comunicarle a las personas es claro, y lo repitió en más
de una oportunidad, y es que lo que él hace es un arte y por lo tanto merece su
reconocimiento. Así como pagamos una entrada para ver un espectáculo,
también ellos pretenden recibir una colaboración por su exhibición; no una
limosna, sino lo que les permita vivir de lo que les apasiona.
Nos
preguntamos si el malabarismo será uno de los artes incomprendidos del S XXI,
así como décadas atrás lo fueron la fotografía o el cine, siendo cuestionados
como tales.
Gino nos dice que hay que creer en nuestro interior porque todo se puede lograr. La vida es un viaje, continúa, en el que cada uno debe descubrirse a sí mismo y descubrir lo que realmente quiere ser.
Trabajo de Paola Díaz y Marha Scanu, para la materia Antropología Cultural de la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación. Año 2012